Actualmente al rededor del mundo hay 165 vacunas desarrollandose para tratar de frenar a la COVID-19, según reconoció la OMS a principios de agosto. En base a estos dato ha sido un récord en la historia de la Medicina. Pero la pregunta que todos nos hacemos, ¿cuándo habrá vacuna? Y, sobre todo, ¿a quiénes se les administrará primero?
Para desarrollar una vacuna se requieren varios pasos, que son ineludibles para asegurar su seguridad y efectividad. Primero hay que identificar los antígenos, las sustancias que suscitan una respuesta inmune. En segundo lugar, se ponen en marcha distintas pruebas para seleccionar a los antígenos más adecuados. Luego, una vez fabricada la vacuna, comienzan los ensayos en humanos, en varias fases. La fase 1 la pone a prueba en decenas de personas; la fase 2, en miles de personas; y la fase 3, en decenas de miles de personas. Por último, viene la fase más larga: la elaboración de los controles de calidad, y de un dossier científico que se envía a las autoridades que han de permitir la comercialización de la vacuna.
Pero la fabricación de la vacuna contra la COVID-19 está resultando una carrera frenética, en la que han transcurrido tan solo unos pocos meses. ¿Hay alguna forma de acelerar las cosas? Las agencias de medicamentos están permitiendo que algunas de estas fases se solapen, para poder tener la vacuna disponible cuanto antes; eso sí, sin saltarse ningún paso, dado que las autoridades deben proporcionar una protección adecuada y ser cien por cien seguras. Ninguna vacuna podría ser aprobada sin cumplir todos los pasos con rigurosidad. Tan pronto como alguna de las vacunas que se están desarrollando complete todas las fases, estará lista para ser aplicada a la población general. Ahora bien, ¿quiénes serán los primeros? ¿Habrá vacunas para todos?
El hecho de que exista tanta diversidad en la elaboración de vacunas supone una ventaja, dado que la inmunidad es distinta según el grupo de población; por ejemplo, la respuesta inmune no es la misma en niños y ancianos que en adultos. Además, disponer de varias vacunas nos asegurará de que dispongamos de suministros a nivel mundial. Y, ¿a quién se le administrará la vacuna primero? Lo lógico es pensar que las personas con el sistema inmunológico deprimido y las personas mayores de 65 años, es decir, aquellos con más riesgo de sufrir complicaciones graves, deberían estar en primera fila, así como el personal sanitario. La OMS, por su parte, sugiere que los países reciban dosis proporcionales a sus poblaciones. Pero un grupo de 19 expertos en salud mundial difiere sobre ambos planteamientos, y consideran que la estrategia más oportuna es reducir las muertes prematuras. Su propuesta fue publicada la primera semana de septiembre en la revista Science, y se denomina Modelo de Prioridad Justa.
La vacuna debe distribuirse según la gravedad del sufrimiento, y la principal medida de sufrimiento debería ser el número de muertes prematuras que una vacuna evitaría, es decir, atendiendo a los años de vida esperados perdidos. Además, añaden que inmunizar preferentemente a los trabajadores de la salud, que ya tienen acceso a equipos de protección personal y otros métodos avanzados de prevención de enfermedades infecciosas, probablemente no reduciría sustancialmente el daño en los países de mayores ingresos. Y argumentan que en los países de menores ingresos hay menos personas mayores de 65 años y con riesgo de comorbilidades.
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